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Ruta en moto por Asturias: Concejo de Ponga

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Concejo de Ponga, Asturias, el lugar perfecto para una ruta en moto, buena comida y muchas aventuras por vivir.

He estado mucho tiempo esperando que llegara el momento de hacer esta ruta en moto, desde aquella primera vez que oyera hablar del Concejo de Ponga, «Conceyu» como dicen en Asturias. Por una razón o por otra no tuve la oportunidad hasta ahora, cancelando el viaje en dos ocasiones por lluvias.

Me puse también como objetivo conseguir fotografiar a un animal que suele andar a veces en libertad por aquellas tierras: un cerdo, «gochu», como dicen en Asturias, denominado «pintón», porque tiene unas manchas negras por el cuerpo debido a la mezcla con otra raza.No me importaba demasiado que lloviera, eso es propio de Asturias, pero tenía en mente la imagen idílica de un paisaje con sol y cielo azul sobre un verde radiante… y sobre todo poder capturarlo en una instantánea.

El Concejo de Ponga está perdido entre las montañas, en los Picos de Europa. Linda con el bello y misterioso desfiladero de los Beyos.

Recorrido por la zona de la ruta en moto

Cuando te hablan de una ruta en moto, antes hay que localizarla bien en el mapa del país para hacerse una idea de las distancias y si es algo que vas a poder visitar en esta época, con qué recursos, etc.

Algunos tenemos decenas de libros de viajes, de cómo preparar tu ruta en moto, de sitios pendientes por visitar que saboreamos hasta que llega el momento, si es que algún día lo hacemos…

Yo disfruto solamente con imaginarme el viaje, sé que de alguna manera me viene bien hacerlo, y me abre los vuelos de la mente.

Aquella agradable mañana primaveral, de un sábado de junio, una pequeña bolsa atada con el pulpo al asiento de atrás y el trípode, arranqué mi pequeña máquina: una Honda CB250, sencilla y segura (la famosa moto de los mensajeros).

Listos los dos a recorrer cualquier carretera en busca de aventuras

Pusimos rumbo hacia el Norte, partiendo de la sierra de Madrid. El objetivo era llegar tranquilos, pero sin demora, a la zona de los Picos y una vez allí, explorar.

Sin demora porque el ir con este tipo de moto invita a desviarse por cualquier sitio, camino, pista, así que habría que intentar no pararse demasiado.

Dos días de viaje, una noche fuera, no necesitaría gran cosa.Reduje al máximo la mochila. Sin trasportín ni alforjas.

Eso sí, lo más importante, consejo de los años de experiencia: desconfiar del tiempo,  llevar ropa de agua y muda para soportar una posible intensa tormenta primaveral sobre todo en zona de montañas. Pantalón de agua amplio para poder sacar la cartera del bolsillo sin forcejear, unos calzos para los zapatos y guantes de recambio. Lo de los calzos me gusta mucho en verano, te coge relativamente poco sitio y te permite ir con calzado ligero… ¡es una buena opción!

Continuando nuestra ruta en moto, llegamos a Riaño

La mayoría del tramo lo recorrí “rápidamente” (90-100km/h) hacia mi destino, por la autopista llamada “del Camino de Santiago”. Tan solo un descanso de 20 minutos muy agradecido, durmiendo en el banco de un pueblo, junto al sonido de una fuente. Llevaba encima el frescor de la mañana, así que el calentón al sol con cazadora negra… fue de agradecer.

Llegar a Riaño, una vez más fue sobrecogedor, esas vistas de los picos lejanos y el pantano… Y al pasar el Puerto del Pontón y bajar la vertiente norte de la cordillera cantábrica, todo cambió y se tornó a verde.

La carretera era de cuento, rodeada de verde con un asfalto perfecto. Conducir esta moto me recuerda a alguna bicicleta que tuve y que guardo en algún lugar de la mente y del corazón. Tal vez ninguna en concreto y todas a la vez. Un cúmulo de sensaciones, que te producen las dos ruedas… esa alegría infantil que te dan las cosas pequeñas y sencillas.

¿Y por qué no seguir siendo para algunas cosas un niño toda la vida?

Mirara hacia donde mirara, había un prado, un bosque, o un árbol que me llamaba. Adentrándome en el fondo de los valles, me sentí de nuevo pequeño frente a las masas colosales de roca que se levantaban hacia el cielo sin fín: El Desfiladero de los Beyos (un “Beyu” en asturiano es un valle estrecho y profundo, o prado de fuerte pendiente, he encontrado ambas interpretaciones) es por lo visto uno de los desfiladeros con más desnivel del mundo.

En mitad del desfiladero, no pude evitar la emoción al ver de nuevo el cartel adornado con la dorada cruz de la Victoria sobre fondo azul, anunciando la entrada al Principado de Asturias: ¡gracias, muchas gracias! -pensé.

Amor, respeto, agradecimiento, y muchos recuerdos: Esos pequeños grandes momentos que se nos pasan de largo.

Desde pequeño, mi abuelo francés me contaba qué hacía el signo de la cruz (me sorprendía porque no era creyente) cada vez que probaba por primera vez del año una fruta de su huerto. Me dijo que lo hacía como signo de agradecimiento. No estoy seguro si le daba las gracias a Dios, a su huerto que tanto mimaba o sencillamente a la Vida. Me pareció bonito, así que lo he guardado como una valiosa costumbre, para no olvidar nunca estar agradecido hacia muchas cosas por pequeñas que parezcan.

En Oseja de Sajambre nace el río Sella, algo que yo no recordaba. Una buena excusa para un próximo viaje. A lo largo del desfiladero, huellas en la calzada te hacen recordar que de vez en cuando caen piedras a la carretera. Bueno, un añadido más a la magia del lugar.

En algún sitio es posible ver como discurre el río bastante más abajo, entonces te das cuenta que la carretera está literalmente escarbada en la roca. ¿Cómo se podría atravesar esta zona cuando no había carretera?

En una ruta en moto, también hay tiempo para el descanso

La primera gran parada, y punto estratégico fue el mesón donde tenía previsto comer: Venta de Agüera (o Puente La Huera), situado en un flanco del acantilado junto a un puente. Recapitulé el viaje, sentado en la terraza al sol, con unas vistas sorprendentes. ¡Qué sitio tan agradable!

Parecía mentira haber ya recorrido esa misma mañana de sábado 415 km a lomos de una pequeña 250cc. Este último tramo, había sido especialmente intenso de sensaciones, por el verdor, la tranquilidad, y una temperatura muy agradable. ¡Ahora estaba en pleno paraíso!

A partir de aquí, había elegido hacer un recorrido, que en los mapas que consulté se anunciaba algo vertiginoso. Un bucle cerrado a través del Concejo de Ponga. Mucha curva y mucho desnivel, ¿pero se podría subir? No estaba seguro si sería transitable, pero más tarde comprobaría que esta moto debido a su poco peso, me llevaría por sitios insospechados.

Allí arriba en las cumbres cogí un recuerdo que dejé secar entre mis mapas para mi mujer y mis hijas.

Mi intención ahora era enlazar con el otro valle, pero pronto me dí cuenta que tendría que dar media vuelta, estando la pista cortada.

Una de las metas de este viaje era, a parte de explorar la zona,  encontrarme con el simpático “Gochu Pintón” y esta era la zona más propicia para ello. Pero sin embargo, la criatura no aparecía.

Y de repente, aparecieron dos de golpe, ¡allí estaban mis queridos amigos, esperándome! Aunque solo uno era pintón.

En Sobrefoz se celebraban las fiestas de  «San Pedrín», o Sacramental, siendo finales de Junio. Me dí un paseo por el pueblo y volví a subirme en la moto para deslizarme por el valle. Habia llegado la hora de descansar. El día había sido  muy largo, sobre todo en emociones! Llevaba más de 14 horas en la moto.

Un día más de ruta en moto quedaba por delante

Al día siguiente, por la mañana dejé descansar a mi amiga, y salí a caminar. Bosques, prados, todo estaba mojado por el rocío de la mañana. El sol tarda en llegar al fondo de estos valles tan profundos. Seguí caminando una hora tranquilamente río arriba por la carretera que habría de tomar más tarde. Era domingo.

Emprendí de nuevo la ruta en moto, el paisaje era salvaje, agua abundante por los ríos y los lomos de las montañas. Daban ganas de recorrer esta carretera andando más que en moto para no romper el silencio del murmullo del río. Aunque esta 250cc es muy silenciosa y discreta.

Me paraba muy a menudo para ver un prado, una valla, un muro, lo que fuera. ¡Era una tentación continua!

Taranes resultó ser un pueblo muy bonito

Enclavado en el lomo de una montaña, en vertiente sur, por lo cual el sol le daba de lleno, y se podía contemplar el valle abierto por el que había venido. Se respiraba un aire muy tranquilo, ese que hay en la alta montaña, donde los sonidos se amortiguan. Un lugar paradisíaco.

Se podían apreciar las cumbres más altas y escarpadas de los Picos de Europa, asomando más allá de las primeras cumbres.

La subida a Carangas fue fantástica, con musgo en mitad de la carretera. El desnivel era fuerte pero el asfalto perfecto, reciente supongo, haciendo algún que otro gran zigzag. Me paré en una de esas grandes horquillas para contemplar lo que iba dejando detrás, y hacia abajo…las cumbres empezaban a hacer de nuevo su aparición al alejarme del fondo del valle.

Me quedé indefinidamente sentado en mitad de esa curva, en el asfalto, contemplando tan magnífico paisaje. Ha sido un tramo inolvidable que quiero repetir pronto, alguna primavera.

Paseando por el pueblo de Carangas fue donde conocí a Pepón. Fue todo un privilegio conocerle y escucharle. Me dijo adornándolo con un largo suspiro: “En esti mundu, les muyeres son les que manden, fiu”

Llegando a la parte más alta de Carangas, no pude resistir la tentación de saber qué vistas habría al otro lado de unas cimas que se veían al Norte. Quería saber cómo siempre… si se vería el mar! Esta curiosidad siempre me viene al ver una montaña.

Así que decidí ir hasta un pico desde donde tendría vistas al otro valle. Luego bajé al pueblo siguiente y comí contemplando el pico en el que acababa de estar, con la alegre compañía de un amigo al que le vendría a quitar un cliente del bar de un tirón una garrapata de la oreja.

Salí del Concejo de Ponga con un río de recuerdos y vivencias que no olvidaré

Tras un café obligatorio en Puente Vidosa, emprendí la vuelta hacia el Puerto del Pontón y Riaño. Me paré en Carrión de los Condes a visitar una Iglesia en la cual sonaban cánticos de Tomas Luis de Victoria. Un añadido más al viaje.

Seguí mi ruta en moto de vuelta hacia Madrid, pero esta vez atravesando en diagonal los campos de Castilla. Con una memorable parada para escuchar el trigo crujir con el viento. Es una música que nunca puedes olvidar una vez que la has escuchado. Una inquietante y peculiar tormenta en forma de cono amenazó desde lo lejos buena parte del recorrido.

Me sorprendió la noche llegando al pie norte del puerto de Somosierra. Al llegar a casa, le dejé a mi familia en la mesa un recuerdo de la aventura. Este viaje de tan solo 48 horas, 1000km, había sido inolvidable. Muchas imágenes y muchos recuerdos.

No hace falta tener una gran moto para buscar la aventura.

Realmente, el viaje empieza en ti.

¡Ráfagas!

Jean-Jacques Jullien R –  3Js

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Equipo AMV

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